
Música Cuántica – La Evolución de un Lenguaje Universal
Imagínate por un momento que te han puesto unos lentes de color para escuchar tu canción favorita. Desde la cuna has creído que las notas que oyes simplemente se oyen "bien" juntas. Si estudias o investigas un poco te das cuenta que les hemos dado nombres a algunos tonos, y que quizá tienen cierto orden para que funcione eso de que suenan bien.
Pero ¿y si descubrieras que nuestro sistema de afinación ha “coloreado” sutilmente la música? Hemos vivido inmersos en el piano y la guitarra afinados por el llamado "temperamento igual (de 12 tonos)", un sistema de afinación que ha predominado en la música occidental por siglos hasta la música popular actual. En este sistema, todos los semitonos son "iguales": una convención establecida por razones prácticas, no por fidelidad a la naturaleza del sonido.
Como bien recuerdan los filósofos de la música, este arreglo no proviene de la esencia armónica del universo, sino de un “sacrificio” funcional. Es como vivir en una ciudad diseñada con reglas rectas, sin saber que más allá hay una naturaleza curvilínea y fluida más "atractiva".

Del mismo modo, hacemos música dentro de una caja afinada imperfectamente, sin sospechar que existe una realidad más profunda, como vivir solo con la Física Clásica sin intuir la existencia de la Física Cuántica.
Hoy queremos invitarte a quitarte esos “lentes medio afinados” y mirar con oídos frescos: ¿y si estuviéramos aceptando un sistema desafinado en nombre de lo práctico? En este viaje exploraremos la historia del temperamento igual, los saberes olvidados y cómo artistas modernos han despertado nuevas preguntas. Descubriremos por qué Pitágoras no fue necesariamente el inventor de la escala, qué sabían los antiguos egipcios y sumerios, y cómo músicos como Jacob Collier o los Beatles han apuntado a otros mundos sonoros. Finalmente, ¡te proponemos ejercicios de escucha sencilla! Así podrás experimentar por ti mismo la diferencia entre este sistema “estándar” y las afinaciones más naturales.

Un sistema de afinación cuestionado
La historia oficial nos dice que el sistema de afinación temperada (el temperamento igual) fue “construido” poco a poco hasta llegar a Bach, quien popularizó la idea de un clave “…bien temperado” (1) para poder tocar en todas las tonalidades. En esta narrativa se suele atribuir a Pitágoras el hallazgo de los intervalos fundamentales (la quinta perfecta, la cuarta, la octava) y la base matemática de nuestra escala. De hecho, muchos libros de texto señalan que hace milenios el filósofo griego creó el círculo de quintas que “sentó las bases de lo que luego se conocerá como ‘sistema temperado de afinación’”. Dicho de otro modo: la versión oficial es que todo parte de los griegos clásicos y converge con el temperamento igual en la era moderna.

¿Pero qué pasaría si esa historia “oficial” no contara todo el cuento? ¿Y si la idea de Pitágoras como inventor ciego de la armonía musical fuera sólo la punta del iceberg? Quizás más bien rescató algo de un conocimiento mayor. Hay tradiciones antiguas que dicen que Pitágoras viajó a Egipto y Mesopotamia, infiltrándose en templos y aprendiendo secretos musicales ancestrales. En efecto, se cree que poco después de mil años antes de nuestra era, en Babilonia (Mesopotamia) ya existían complejos sistemas de afinación. De hecho, tablillas cuneiformes del segundo milenio a.C. revelan procedimientos estandarizados de afinación en un sistema diatónico de siete notas; ¡y una de esas escalas resultó ser idéntica a nuestra escala mayor moderna (do-re-mi…)! . Esto asombró a los investigadores: había escalas con nombres parecidos a las griegas casi 1400 años antes de que los griegos vivieran. La sabiduría musical de Sumeria y de la Antigua Babilonia no era algo rudimentario: sus músicos conocían las octavas, cuartas, quintas y terceras, y las podían combinar en modos muy semejantes a los posteriores modos griegos. En otras palabras, la afinación natural, pura y justa era familiar miles de años antes de Pitágoras.
Aunque esta información suele pasarse por alto, nos invita a cuestionar la historia oficial con empatía: ¿cómo hemos llegado a “normalizar” el temperamento igual si hubo civilizaciones antiguas cuyo oído conocía otra forma de armonía? Lo curioso es que los egipcios y sumerios poseían también instrumentos muy complejos (liras de 20 cuerdas, flautas multipista, etc.) que apuntan a escalas más ricas que pentatónicas básicas. Algunos expertos incluso han sugerido que las estructuras musicales egipcias incluían doce sonidos y que Pitágoras aprendió directamente en los templos del Nilo los fundamentos armónicos. Quizá el filosofo griego no inventó las relaciones entre sonoridades; probablemente fue un rescatador de conocimiento ancestral.

Sabiduría perdida: Egipto, Sumeria y las raíces armónicas
Pensemos en la analogía científica: sería como si, después Newton, nadie hubiera descubierto la física cuántica. En música occidental ocurrió algo parecido: nos quedamos tanto tiempo en el “Newton” del temperamento igual que ahora nuestros oídos se han acostumbrado no percibir la precisión “cuántica” de la armonía pura. Si miramos a Egipto y Sumeria, encontramos una mentalidad cósmica de la música. Por ejemplo, los antiguos egipcios veían la música como la manifestación física de la armonía del cosmos. No la tomaban a la ligera: para ellos, afinar era algo sagrado. Hallazgos arqueológicos muestran relieves de flautas y arpas de terracota con más de siete notas, y teorías recientes proponen que ajustaban sus instrumentos por quintas sucesivas. Al hacerlo doce veces, regresaban casi al punto de partida – exactamente como en el círculo de quintas de Pitágoras. Los egiptólogos argumentan que era más lógico pensar en 12 tonos naturales (como sostiene Angel Gómez-Morán Santafé), dado el nivel matemático de los faraones. Además, se han hallado cántaros de tablas con inscripciones musicales egipcias que sugieren cierta teoría musical avanzada.
En Sumeriaia (actual Irak), los informes del Penn Museum confirman que hacia el año 1800 a.C. existía en Babilonia una teoría musical detallada: siete escalas diatónicas interrelacionadas, cuya nomenclatura indica el intervalo inicial (cuarta o quinta) con que se construyen. Fascinó a los investigadores que una de esas escalas coincidiera con la escala mayor (do-re-mi...), aún antes de que existiera Homero. Esto muestra que el oído Sumerio y Babilónico distinguía los intervalos consonantes básicos igual que nosotros. El registro escrito sobreviviente indica que conocían la octava, la cuarta, la quinta, el tono (9:8) y la tercera menor (6:5), entre otros, como elementos familiares.

¿Por qué el temperamento igual es imperfecto?
Para entenderlo, imaginemos un acorde “perfecto” en entonación natural. En la entonación justa cada intervalo se basa en relaciones de números enteros (la serie armónica). Por ejemplo, la tercera mayor pura surge de los armónicos 4 y 5 (razón 5/4). En cambio, en la afinación de Pitágoras (solo con quintas perfectas), esa misma tercera mayor era 81/64, un pelín más aguda. La diferencia entre 5/4 (justa) y 81/64 (pitagórica) es la coma sintónica (81/80). Para “enderezar” esa tensión, el temperamento igual reparte esa coma por todas las quintas: de modo que ninguna quinta (o tercera) es pura, excepto la octava. En efecto, en temperamento igual solo la octava queda matemáticamente pura. Todos los demás intervalos pasan a ser números irracionales complicados (raíces duodécimas de 2 en el caso occidental), extraños a la perfección armónica.
Ahora bien, ¿es esto grave? El matemático Michael Levy resume bien la idea: el temperamento igual hace concesiones; ajusta las quintas y las terceras para acomodar transposición. El resultado es que casi nunca tenemos intervalos puros, pero muchos quedan razonablemente cerca de los ideales. Ciertas relaciones sí son aceptables: las cuartas, quintas y terceras mayores afinadas igual suelen diferir solo unos pocos centésimos de segundo de los intervalos. Es por eso que nuestras canciones familiares suenan “bien” en un piano. Sin embargo, otros intervalos sufren cambios más notables: las séptimas mayores y menores, los segundos menores, se desvían bastante más de sus valores armónicos. Son precisamente esas diferencias las que el oído puede percibir como una leve fricción o vibración en los acordes.
Piensa, por ejemplo, en un acorde de Do mayor puro (C–E–G) en entonación justa: su tercer armónico E está en 5/4 de frecuencia respecto al Do. Si medimos ese acorde en un piano temperado, la frecuencia de E es ligeramente distinta. El cerebro sin entrenamiento sutil lo tolera, pero un músico con oídos agudos detecta que la energía del acorde “respira” con un pulso interno (los “batidos” de la onda). Los compositores antiguos sabían que esas diferencias existían, y por eso escribieron músicas donde cierta tonalidad tenía un encanto especial distinto de otra. Con el temperamento igual, perdimos esa variedad tonal (cada acorde ahora brilla de un modo muy parecido). Puede verse como un sacrificio a la uniformidad: preferimos la facilidad de movernos libremente entre tonalidades a mantener la pureza absoluta de cada intervalo.
Terry Riley, pionero del minimalismo, lo resumió poéticamente: llamar temperamento igual al sistemático “dominio del hombre sobre la música” es una batalla histórica, pues el sistema “destruye todo” en palabras de críticos irónicos. Otros músicos contemporáneos van más allá: por ejemplo, Jacob Collier, joven genio británico, señala en varias entrevistas que el piano está “innatamente desafinado” por culpa del temperamento igual. Él mismo explora el territorio de los microtonos para liberar esas notas ocultas y alcanzar armonías que en Occidente apenas hemos susurrado. Collier y sus colegas nos recuerdan que podríamos escuchar armonías más puras si tan sólo quitáramos la “capa digital” que nos enseñaron a aceptar.

Nuevos exploradores de la afinación
Afortunadamente, músicos recientes parecen incómodos con lo “normalizado” y están explorando otras afinaciones. Ya mencionamos a Jacob Collier: en varios vídeos él explica que al afinar a oído puro, los acordes ganan una profundidad natural que se pierde en 12-TET. Otro caso sorprendente. Por ejemplo, Hans Zimmer, reconocido por sus bandas sonoras, ha incorporado afinaciones no estándar y texturas microtonales en partituras como Dune (2021), donde utiliza escalas inspiradas en músicas del Medio Oriente y sintetizadores manipulados para crear atmósferas exóticas que desafían el temperamento igual. De manera similar, Radiohead, en álbumes como Kid A y Amnesiac, experimentó con escalas no occidentales y afinaciones de guitarra alteradas, integrando influencias electrónicas y microtonales en tracks como “How to Disappear Completely”. Björk, otra pionera, ha trabajado con afinaciones personalizadas y microtonos en discos como Vespertine, colaborando con compositores que exploran sistemas como el gamelán indonesio. Estos artistas, al romper con las convenciones armónicas, han inspirado a músicos y cineastas a repensar la estructura tonal, llevando la experimentación a audiencias globales.
En los círculos experimentales destaca "Erv" Wilson: teórico estadounidense reconocido *“como uno de los más creativos en el mundo de las escalas y afinaciones alternativas”. Wilson (que trabajó casi en secreto desde los 1960s) investigó exhaustivamente sistemas microtonales, ciclos de quintas extendidos, modelos geométricos de escala y estructura constante (intervalos repartidos uniformemente). Su obra establece puentes conceptuales hacia “otros mundos armónicos” tan distintos como precisos. Aunque sus escritos son crípticos, su influencia es inmensa: inspiró a músicos a diseñar instrumentos con más de 12 notas por octava (31, 41, ¡hasta 72! ton), a componer con series de Fisher o Bohlen-Pierce, y a recuperar la entonación pura en síntesis moderna. En definitiva, Wilson es el arquetipo del músico-filósofo que nos recuerda que no estamos limitados a la doceava.
Estos ejemplos muestran lo que ocurre cuando la curiosidad supera la costumbre. Jacob Collier mueve las voces de sus acordes por centésimos (sí, escuchaste bien) para alinearse con la armonía natural. Hans Zimmer utiliza sistemas de afinación exóticos para expander la sonoridad y expresividad en las películas en las que participa. Radiohead o Björk aplican sistemas alternos de afinación para enriquecer sus obras dando giros "inesperados" y jugando con la tensión-resolución de la mismas. Y Erv Wilson nos reta intelectualmente: hay infinitas formas de dividir la octava, cada una con su magia. Como nos anima Wilson, podemos visualizar notas como objetos en un espacio de más dimensiones, más allá de la línea recta del teclado. Nos recuerda – casi poéticamente – que “percepción de las relaciones matemáticas en el sonido” es tan infinito como nuestro asombro por el universo.

Música Cuántica: un siguiente paso a la unificación
Más que una mera teoría, la Música Cuántica es una visión emergente, una cartografía en desarrollo que explora el sonido desde perspectivas geométricas, matemáticas y vibratorias, considerando su potencial evolutivo como lenguaje de coherencia en la conciencia. Es una forma de escuchar diferente. Una manera de vibrar, de percibir el sonido como una danza entre dimensiones, una conversación entre lo invisible y lo que apenas alcanzamos a oír. No pretende ser una ciencia exacta, ni una nueva etiqueta del mercado. Es un mapa en expansión, un lenguaje que todavía se está recordando.
¿Qué pasaría si el universo fuera una gran orquesta invisible, y cada átomo, un instrumento afinado por conciencia? ¿Y si la música no solo viniera de afuera, sino también desde adentro, en microtonos y latidos sutiles que resuenan en nuestro campo energético? Eso es lo que empieza a intuir la música cuántica: un espacio donde sonido, emoción, geometría, energía y consciencia se entrelazan.
Así como la física cuántica desarmó nuestras certezas sobre la materia, esta música desmonta lo que creíamos sobre la armonía. Nos invita a ir más allá del sistema temperado —ese invento práctico pero cuadrado que usamos durante siglos— y a explorar nuevas afinaciones más naturales: vivas, proporcionales, estelares y algorítmicas.
Pero ojo: esto no es solo para eruditos ni para músicos con doctorado en acústica cósmica. Es para todos los que escuchan con el corazón abierto. Para quienes sienten que las escalas convencionales ya no alcanzan para expresar lo que están viviendo. Para los que han sentido, aunque sea una vez, que una nota puede abrir un portal.
La música cuántica no es un dogma. Es un experimento colectivo. Un laboratorio de vibración. Un juego serio (o una ciencia juguetona) donde probamos qué pasa cuando cambiamos la afinación, el contexto, la intención… y vemos cómo cambia la realidad. Porque sí: lo que suena, crea. Y lo que eliges escuchar, también.
Quizá por eso, más que un género, es un gesto: afinar distinto para ver distinto. Afinar el oído para el misterio. Tocar con el alma, y escuchar con todo el cuerpo. No para escapar del mundo, sino para resonar más profundamente con él.

Reflexiones finales: música, vida y sistemas “desafinados”
Al bajar el telón, volvamos a la metáfora científica: aceptamos el sistema temperado igual como norma sin preguntarnos por qué. Quizás lo hicimos porque en aquel entonces representaba abrir un abanico nuevo de posibilidades musicales (especialmente en ejecución de instrumentos): pero no se nos dijo que era una elección histórica. Al igual que Newton creía que el espacio era absoluto hasta que llegó Einstein, los oyentes occidentales creemos en doce notas uniformes hasta que alguien nos enseña de los microtonos. Este ejercicio colectivo de reflexión importa: nos enseña a ser más críticos con los sistemas “firmes” que damos por sentado, tanto en música como en la vida.
Pregúntate: ¿qué otros dogmas silenciosos podríamos desafinar un poco? En ciencia, economía o cultura: muchas veces existen alternativas invisibles, como las afinaciones naturales lo son para la música popular. Igual que ahora cuestionamos la escala temperada, podemos cuestionar cómo medimos la ganancia o la productividad sin considerar el bienestar, o cómo aceptamos costumbres sencillas que podrían mejorar. Al fin y al cabo, amar la música implica amar el mundo tal como suena naturalmente, con imperfecciones que le dan carácter.
En resumen, la música no es lo que parece, a primera vista (o a primer oído). Bajo su superficie de notas familiares hay un universo vibrante de relaciones puras que pocas veces exploramos. Agradezcamos a los colosos del pasado (Egipto, Sumeria, Pitágoras, Bach) por el legado sonoro que nos trajeron, pero no olvidemos que siempre podemos afinar la atención. Artistas como Jacob Collier o eruditos como Erv Wilson nos recuerdan que el mundo está lleno de sonidos inusitados esperando ser descubiertos. Juntos, podemos aprender a escuchar no solo la música que “debe” ser, sino también la que podría ser – y con ello enriquecer nuestra armonía interior.